La finitud de la corrupción


En las democracias, mediante el ejercicio de la política, los ciudadanos elegimos gobernantes para confiarles la administración de los recursos públicos y para que tomen las mejores decisiones a nuestro nombre. Esto hace que política y gobierno se entrelacen: si una se pervierte el otro se corrompe.  

En el marco de esta tesis, hechos recientes indican que en Armenia y el Quindío las cosas andan mal, lo cual se infiere al ver que las exgobernadoras Amparo Arbeláez Escalante y Sandra Paola Hurtado Palacio fueron destituidas e inhabilitadas por la Procuraduría (la segunda en fallo de primera instancia); que el exalcalde David Barros Vélez se encuentra privado de la libertad condenado por peculado por apropiación; que la exalcaldesa Ana María Arango Álvarez fue destituida e inhabilitada por la Procuraduría; y que a la exalcaldesa Luz Piedad Valencia Franco la Fiscalía le ha imputado varios delitos en materia de contratación. Y esto sin mentar a funcionarios de estas administraciones que también han sido investigados y sancionados.

La realidad indica que tuvimos que esperar a que la justicia actuara ante la perversión de la política y la escasa reacción de una sociedad que puso en hibernación el civismo. No olvidemos que la justicia falla y sanciona sobre hechos pasados, pero somos los ciudadanos, a través de la política, los únicos con posibilidad de decidir el futuro y hacer que los corruptos no nos representen ni gobiernen nunca jamás.

Por culpa de la abulia civil que padecemos, toleramos que la polarización política fracturara la sociedad quindiana. Hay que reaccionar con valor de una vez por todas, pues si los corruptos no están dispuestos a renunciar a sus pretensiones, los ciudadanos tampoco tenemos porque estar dispuestos a permitir que continúen erosionando la moral y saqueando los recursos públicos.

Craso error cometeríamos si rechazamos la política y hacemos de ella una negación. Para enfrentar la tensión entre los que se han situado por fuera de la legalidad y los que no queremos vivir de esta forma se precisa de la política, pero de la política grande, esa capaz de magnos esfuerzos para conseguir un bien superior. Entonces nos debemos preguntar si tenemos proyecto político para salir de la crisis, un proyecto que despolarice la sociedad para encontrar propósitos colectivos, que nos lleve a puntos de encuentro en la divergencia donde lo público adquiera su valor supremo por encima de los intereses particulares. 

El problema es que dudo que aguantemos un gobierno más de estos que ya sabemos. Como hoy tenemos más rabia que capacidad de reacción, es necesario que los quindianos mostremos nuestro talante para enfrentar el desafío de la corrupción y la politiquería, hay que dar la batalla contra esta perversidad que nos ha impuesto años de atraso y la pérdida de miles de millones de pesos del erario público. Dar la guerra a la politiquería es mirar al desarrollo.

Como la vieja política no está moribunda y la política grande tardará en llegar por cuanto hay que construirla, no podemos permitir que el clientelismo reviva en las próximas elecciones pues no hay duda que sus representantes se aprestan a dar la pelea para continuar en el poder usufructuando los recursos públicos. Así que mientras más rápido salgamos del conformismo y la dependencia de los politicastros más expedito será el cambio, única forma de decretarle la finitud a la corrupción. 

Armando Rodríguez Jaramillo
@ArmandoQuindio

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