Recuerdo de niño que los diarios entraban a mi casa por debajo de la puerta develando una ventanita por la que oteaba más allá del vecindario, un visor por el que descubrí un multiverso de cosas y sucesos que ocurrían allende las fronteras comarcales. Hojeando sus páginas olorosas a tinta y con tinta en los dedos me enteré de lo grato e ingrato que acontecía en mi patria y en el planeta entero. Luego, de universitario, en la segunda mitad de los años setenta, fisgoneé periódicos del mundo en los pasadizos del Hotel Tequendama de Bogotá…
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