Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío)
Un día cualquiera de 1993 me anunció la
secretaria de la Fundación para el Desarrollo del Quindío la presencia de un
hombre que pedía hablar con el director de la entidad. Era una persona jovial,
recién envejecida, de manos grandes y callosas, con miraba melancólica como si
algo le pesara. Cojeaba de su pierna izquierda, de 1,70 de estatura y una
obesidad moderada. Vestía camisa blanca de mangas largas, pantalón caqui de dril,
zapatos de obrero y un bolso a manera de carriel cruzado en el pecho.
De entrada me agradeció por recibirlo
pues generalmente no contaba con esa suerte. Señaló que no acostumbraba pedir favores
pero que las circunstancias obligaban en una ciudad extraña. Contó su
militancia en el M 19, su participación en los acuerdo de Corinto (1984) cuando
firmaron el cese al fuego con el gobierno para negociar el fin del conflicto.
Esa noche celebramos, dijo con acento paisa, con la ilusión de rehacer la vida
y reencontrarnos con nuestras familias. Relató que también estuvo en Santo
Domingo (1990) cuando se entregaron las armas y retornaron a la vida civil creyendo
en las promesas del gobierno que hablaba de trabajo y garantías políticas.
Jesús María hizo una pausa para respirar
y siguió contando que las ayudas oficiales se quedaron en los comandantes que
se convirtieron en políticos y olvidaron la tropa que quedó abandonada a su
suerte. Fue así como atiborrado de ideales frustrados y violencias eternas acumuladas
en más de quince años de lucha armada, viajó a Aguadas en busca de su mujer y sus
hijos, sin imaginar que ellos habían hecho sus propias vidas en las que no
había lugar para un padre que partió a librar guerras ajenas.
Decepcionado al ver que los políticos,
otrora sus comandantes, no lo conocían, desencantado porque nunca le llegó lo
prometido por el gobierno si dejaba las armas y entristecido por la familia que
perdió, decidió retornar a Corinto donde le quedaban algunos camaradas y una pequeña
casa donde vivir y poner una tienda. Iba de paso para el Cauca y necesitaba que
lo ayudara para su viaje.
El relato me conmovió y su realidad me
impactó. Hice cuentas, miré el bolsillo y le colaboré con algo para que al
menos llegara a Popayán. Un apretón de manos, gracias y un que le vaya bien fue
el final de la conversación.
Tres cuartos de hora más tarde Jesús
María regresó queriendo hablar. Entra, se sienta, me mira y dice que está muy
agradecido por haberlo recibido, escuchado y ayudado sin conocerlo, pues comenta
que cuando menciona al M 19 la gente lo rechaza.
Entonces, en señal de gratitud, quiso hacerme
un regalo no sin antes dejar de mostrarme cicatrices de bala en su cuerpo. Con
nostalgia me dijo que a pesar de que siempre lo había acompañado, me dejaba la “bareta”
con cariño pues ya no la necesitaba. Vaya embrollo el que se me formó pues le
entendí que me iba a regalar marihuana; pero
no fue así, pues lo que sacó de su carriel fue una pistola Beretta que puso
sobre el escritorio. Yo me asusté, tartamudeé y le dije de mil formas que
guardara eso, que en mi vida no había cargado ni un corta uñas y que eso era
para mí un encarte.
Al verme tan atortolado guardó su compañera,
volvió a darme las gracias y se alejó caminando por la calle 21 de Armenia.