Quindío: departamento sui generis

Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío - Colombia) - 26 de julio de 2014


A los gobernantes del Quindío todo los divide, nada los acerca.
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La historia registra que cuando se dio el grito de independencia el 20 de julio de 1810, y sin haber asegurado la emancipación de los españoles, los criollos se embarcaron una confrontación interna entre Centralistas, que abogaban por un ejercicio del poder desde Santa Fe de Bogotá, y Federalistas, que proponían gobiernos provinciales autónomos e independientes sin depender de un estado central.

Para la dirigencia política de la Primera República fueron más importantes las diferencias que la consolidación de un modelo de nación cohesionada socialmente y articulada jurídica y democráticamente. Este escenario de disputa lo aprovechó el “Pacificador” Pablo Morillo para la reconquista de la Nueva Granada, periodo recordado como la Patria Boba.

EL rifirrafe criollo a la postre salió caro. El general Morillo hizo una campaña a sangre y fuego llevando al cadalso a los más ilustres granadinos que, habiéndose formado en reconocidos claustros de la enseñanza santafereña, asumieron las ideas de la ilustración y acompañaron al sabio Mutis en la Expedición Botánica. Entonces la construcción de la Segunda República, después de la Batalla de Boyacá, quedó en manos de militares que reclamaban reconocimiento por los servicios prestados y que no dudaron en atizar rivalidades entre Bolívar y Santander con el fantasma del centralismo y federalismo a cuestas. A partir de ahí la historia la conocemos todos.

Lo paradójico es que dos siglos después esta situación parece repetirse en el Quindío, departamento que atraviesa por una delicada crisis económica, con altos índices de desempleo y pobreza, y con un evidente deterioro de la calidad de vida de su población, realidad que demanda la inaplazable unión de su dirigencia para superar las dificultades y generar prosperidad y bienestar.

No obstante, los gobiernos del Quindío y Armenia insisten en un enfrentamiento que ya suma varios lustros. Parecería imposible imaginar que no exista un solo asunto en el que puedan estar de acuerdo, pero es así: todo los divide, nada los acerca. Y en medio de enemistades, el deterioro social y económico sigue su curso y la región se rezaga cada vez más del anhelado desarrollo.

Es más, estas peleas seculares tienen un efecto viral en sus seguidores que adoptan comportamientos similares a los de las barras bravas del fútbol en defensa de las posturas radicales de sus gobernantes.

Y como dicen que en tiempos de guerra todo vale, en esta conflagración se usa armas convencionales y otras menos convencionales, sin prestar atención que los perdedores somos todos los quindianos. En la lucha por el poder, el fin justifica los medios.

Y como el departamento está ad portas de cumplir medio siglo de vida político administrativa, no se nos haga raro que se celebren dos bodas de oro: el cincuentenario del Quindío y el cincuentenario de Armenia como capital. Entonces habrá festejos para todos.

No sé para dónde va esto, pero sí sé que con este modo de hacer política y de entender la administración de lo público no es posible enfrentar los desafíos del siglo XXI. Seríamos ilusos si creemos que enfrascados en conflictos político-personales vamos a superar los problemas socio económicos y de calidad de vida que nos aquejan;  seriamos soñadores si pretendemos que con este grado de enfrentamiento interno podemos transitar hacia un Quindío de bienestar sustentado en la educación, la ciencia y la tecnología; sería una utopía pensar que con antagonismos podemos construir capital social.


Así como el país tuvo sus años de Patria Boba, el departamento del Quindío atraviesa por un momento similar.